Thursday, February 16, 2006

Artículo 1: El sultán de Coquimbo


Mi señora es una fanática de la historia árabe y persa. Gran parte de nuestra biblioteca la ocupan sus libros sobre el tema. Aunque debo confesar que no los veo mucho, existe uno libro de Nath, “History of Sultanate Architecture” que me llama la atención. Ahí pude descubrir que, en general, los sultanes están asociados a grandes obras. Tal parece que la sensación de poder que entrega esta posición, los hiciera buscar maneras para plasmar su “grandeza” y “distinción” para el disfrute propio.

Muchos sultanes han sido tipos egocéntricos. Les agrada que les pongan adjetivos como “el magnífico” o “el grande”. Gustan mucho de los leones (como Mohamed V y su palacio de 1377 en la Alhambra) y de las mezquitas fastuosas (como Solimán en 1550). Su entorno se encuentra demarcado con imponentes obras que dominan los cuatro puntos cardinales. Todos deben verlas y así todos hablarán de él.

De igual forma, los sultanes se arrogan la totalidad de las facultades para manejar las decisiones. Se sustentan en una legitimidad tradicional que los habitantes le otorgan, o simplemente la clientela del favor entregado. Asimismo, cualquier acción que se emprenda debe ser consultada para su permiso. La racionalidad weberiana no es aplicable, ya que quienes trabajan para el sultán, no son funcionarios, sino súbditos que deben obedecer hasta la orden más desequilibrada.

Por lo general, los sultanes provienen o forman dinastías. Los parientes ocupan puestos relevantes en su dominio y aplican el poder para denostar a quien ose cuestionar el honor de la familia. Por ello, no está en cuestión la sangre que debe ocupar el trono, aunque es frecuente que de esa misma sangre salgan los peores rivales.

El manejo presupuestario fiscal no existe en los sultanatos. Todo ingreso es propio, y su disposición es discreción de quien gobierna. Nadie puede alegar robo o apropiación ilícita, pues todo le pertenece. El dorado exilio en Francia de los Duvalier (que Linz y Stepan catalogan de sultanato) es una demostración de lo aferrados que éstos pueden estar de su patrimonio.

Los sultanes tienen esas reconocidas características. En mi zona existe uno y es de Coquimbo. Se autoproclama “el grande” porque siente que sus obras tienen carácter de epopeya, tiene leones en su palacio y en su reino, construye mezquitas trayendo un artesano de renombre, una especie de “Sinan” contemporáneo. Sus grandes obras dominan los puntos cardinales, es legitimado por su pueblo y es conformante de una dinastía. Sólo espero que tenga claro que los ingresos ¡No le pertenecen!

Sergio Toro Maureira

5 Comments:

At 6:06 AM, Anonymous Anonymous said...

JA. Interesante Sergio. Muy bueno tu comentario!!!

Sombra

 
At 5:08 AM, Anonymous Anonymous said...

Bien, se nota que el que escribe es un chico ilustrado. sigue adelante tienes un gran potencial como escritor, esta buenisimo, y los que vivimos en Coquimbo percibimos lo mismo que tu señalas.

gordi

 
At 11:21 AM, Anonymous Anonymous said...

Bueno tu artículo amigo...Buena suerte con este proyecto... Me gustó mucho en significado del Faro.

Saludos y abrazos de tu amigo...

Marcelo Balbontín

 
At 1:50 PM, Anonymous Anonymous said...

el problema de las grandezas del sultan es que en la comunidad no se refleja, por eso ¿no será que tiene alguna deficiencia que desea ocultar?

Muy bueno el artículo

 
At 10:57 AM, Anonymous Anonymous said...

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